miércoles, 11 de abril de 2018

La niña de mejillas doradas

    

                                                                                                                                                           

                                                                     03-11-2012

Caminos diferentes, distintas oportunidades; separadas por ciudades muy distantes,  aunque del mismo país. Algunos años después, la vida ha permitido que nos reencontremos. Mi princesa de la infancia, la niña de los ricitos rubios y mejillas doradas.

Supongo que tu vida, y lo supongo porque los humanos somos así, necesitados de identidad, de amor; habrá sido un vaivén de sentimientos y emociones, de tristezas y alegrías, de carencias y abundancias. También de muchas incógnitas por resolver.
Recuerdo un mar de lágrimas derramadas en un grito de auxilio, por no tener que atravesar esa puerta del internado una vez más  “la Milagrosa”. ¿Qué pasaría por tu mente en esos momentos? Qué duro también para tu padre tener que dejarte una semana más. No creo que hubiese rencor en tu corazón, tal vez desconcierto que con el paso de los años se fue haciendo más pesado. Tal vez el sentimiento de abandono se haya acrecentado, nuestra naturaleza nos dice que algo anda mal si no entendemos el propósito de nuestra existencia. De no saber dónde encajamos en el puzle de la vida.
Supongo que ahora que tu padre ha fallecido, han vuelto a tu mente todas esas preguntas que quisieras hacer al viento, gritarlas muy fuerte -porque más que suponer, me atrevo humildemente a afirmar-, pues cada uno de nosotros con nuestros dramas, en nuestra soledad, tenemos que entender que ese vacío no puede ser llenado si no nos acercamos a Dios.
Nuestra falta de propósito,  que solo un Dios cercano, accesible, comprensivo puede llenar. No él que nos han dibujado como justiciero, ajeno a nuestras desgracias, inalcanzable...

Quiero decirte que a mí, alguien se atrevió a hablarme de Dios, a enseñarme un camino que recorrer tomada de su mano. Un Dios que da color a mi vida, propósito y sentido. Sin merecerlo he tenido la dicha de poder vislumbrar un destino distinto, ya no un paso por este "valle de lágrimas", sino una vida plena; aunque no carente de problemas, pero sí con una ayuda para enfrentarlos.

No quiero turbarte,  pero sí espero que todos mis seres queridos, incluida tú;  que te recuerdo como un ángel, la amiga de mi infancia, mi inseparable prima; puedas alcanzar la alegría de saber que aunque padre o madre te abandonaran, tu Dios nunca, nunca, lo hará. Eso es lo que dice la Biblia en el Salmo 27: 10

Mi propósito es: DIOS con mayúsculas, quisiera que también fuese el tuyo.